La Caja Borracha de Poesía Abierta

Poesía abierta significa conmoción. Semánticamente, está cerca de alguna definición pretendida de arte, pero no aspira a la vanidad de tal término. Poesía abierta es distracción sublime, es aservo de manifestaciones de insatisfacción, es expresión estética inscrita en linderos amplios del juicio sobre lo bello.
¿Qué se saca de una Caja Borracha de tal cosa? Haga usted la prueba, que lo ácido no va a pelarle la mano, que de pronto sí el ojo, y si nuestros humildes girones llegan a feliz efecto, el espíritu.
Bienvenidos. 713

Baile locuaz

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Previo a esta lectura, quiero aclarar que el autor de tal nota no se preocupó por limitarse en detalles con el idioma. La siguiente amena conversación es fiel a lo que me dictó la locura en mis adentros. Cualquier semejanza con la realidad, es algo que no te contaron tus padres.

Habíamos acordado la cita en el Salón Málaga el sábado a las dos de la tarde. Buena hora para citar a alguien en Medellín, mejor aun si es después del almuerzo. Hay que admitir que mi espera es algo impaciente y mas con la impuntual fama de nuestro contertulio . “No le rinde cuentas a nadie” me decían sus amigos quienes atentos me escribían una carta semanal, la cual llegaba sagradamente a mi retrete. Omitiendo aquellos prejuicios previos a conocer a alguien, detallé el lugar de encuentro. Música vieja, la que bailaban mis abuelos y cantaba mi padre recordando sus años de infancia furtiva. La María Callas, con su fino rostro griego colgado en una pared blanca afina su canto para acompañar el baile del fantasma que merodea la mesa del billar. Soy el único joven allí presente. Los viejos ensimismados cantaban el largo penar del ron. Una tarde en aquel lugar, vos solo, sin hablarle más que a las botellas que se van quedando vacías sobre la mesa, tiene un encanto digno de cualquier evocación. Ya me hice a la idea de que mi amigo imaginario no iba a venir. Así que mirando de soslayo la calle, me hice a la idea de recitar el pasodoble de esta corrida infernal. Pero para sorpresa de mi mismo, cuando alegre me disponía a hacer mi monólogo, llega nuestro invitado.

Lucía bien. La barba la llevaba espesa. Llevaba unas bermudas rojas que se las regaló su amiga, la novia de la aduana, camisa blanca con flores violetas estampadas, me daría cuenta luego que se la arrebató a una holandesa, quien muy valerosa quería robarle un poema de su boca, unas chanclas azules plásticas, que al parecer también se las robo a su confidente del manicomio, aunque mejor fui mas allá del mito de su persona, y corroboré que se las había regalado su amiga la del muelle, cuando lo visitó una mañana calurosa antes de que las camisas de fuerza se deshojaran como el árbol de mangos de su gran casa. Hablaba solo desde distancias insospechadas, tanto que los judíos, propietarios de los almacenes de cueros y demás pieles, esos que quedan por Maturín y la calle Amador, querían seguir su canto errante. Se sienta en la mesa y sin percatarse aun de mi presencia, canta como un mantra canciones de Serrat, su banda sonora favorita, que siempre acompañó su recitar de hojas curtidas. Cuando lo saludé, me lanzo esa sonrisa tan cálida que tienen los nacidos en la rivera del Sinú. Me arrebata la copa que iba a brindar en su honor y se carcajea duro, como cuando lanza su llanto a Lola. Cualquier pregunta fue imposible. La tarea a la que me habían encomendado fue infructuosa. Así mejor lo quise, porque en la sala de redacción habían diseñado preguntas más bien vanales, señores, gritaba en mis adentros, no voy a entrevistar a un político o al hijo de un ex–presidente que dentro de poco sacará las memorias de su padre; no, estaba al frente de el poeta que bailaba en el Sinu mientras con esa lucidez del baño nocturno nos llamaba al primer acto de su sombra. Yo mejor dejé que hablara solo. Era más sincero, era más fluida la conversación, era simplemente él, quien había leído en mis viajes alucinantes al mar silencioso. Con los viejos se puso a cantar las de Gardel, las de Aguirre, bailó con finura un pasodoble, las señoras le aplaudían, le daban ron y el feliz, bailando. Era encantador para las señoras, ellas también entienden cuando el baile nos desinhibe, solo uno, devoto a sus oraciones de culpables, se atrevió a osar al laureado poeta. El, quedándose quieto, con gran educación, le dijo “yo a vos también te vi en el manicomio, bailabas conmigo cuando el sol se posaba sobre el mar”. Ahí no hubo censura que lo parara, pensé que aquella tarde iba a ser duradera, pero así como de extraño llegó, tomó partida, se fue saliendo lentamente del salón, y se perdió de vista con los que en el viaducto inhalan su sombra. Yo seguí bebiendo. Igual a casa no quería llegar pronto y la botella llena estaba. Seguiría mi anochecer con el señor de bigotes y traje de paño inglés cantando su oda a la soledad. Esa tarde de sábado fue memorable. Lamento que haya sido despedida, no dijo adiós, pero su jovial silencio fue contundente, verlo celebrar su vida fue como redactar su testamento. Ya luego me entero que a Cartagena volvió. Ese domingo a las siete de la mañana, cuando los turistas naufragan en su crucero de lujuria, la india catalina y demás curiosos le gritaron al desfilar por las calles de sal y con el pesar de las sorpresivas partidas, vieron su sombra sangrar y un barco de acero borro la huella de su baile locuaz.A vos, Jattin.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

huyyy parce.... excelente!!!!!

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