La Caja Borracha de Poesía Abierta

Poesía abierta significa conmoción. Semánticamente, está cerca de alguna definición pretendida de arte, pero no aspira a la vanidad de tal término. Poesía abierta es distracción sublime, es aservo de manifestaciones de insatisfacción, es expresión estética inscrita en linderos amplios del juicio sobre lo bello.
¿Qué se saca de una Caja Borracha de tal cosa? Haga usted la prueba, que lo ácido no va a pelarle la mano, que de pronto sí el ojo, y si nuestros humildes girones llegan a feliz efecto, el espíritu.
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Relación de la vida y muerte de Ramiro Vásquez

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Antiluviana, vieja e incondicional, desaprobaba la situación con la cabeza dándole la espalda al camino. Sin embargo, no interfería en lo que sucedía con su patrono. Un pequeño vendaval arreciaba sobre cada piedra del sendero de la virgen, que no favorecía a muchos cristianos desde la masacre de Santa Gema. El rostro de la madre del mesías estaba salpicado de pantano, y los escapularios que sostenía en la mano tenían ya varios baños de sedimento. Al lado de su mula, la sabia e incansable, el mismísimo Putas de Santa Gema, Ramiro Vásquez, arrojaba un gemido sordo, insuficiente pero comprensible en vista de las manos que oprimían con ímpetu su garganta. Aquello sonaba más a pareja en matorral que a estrangulamiento, y la mula apenas resoplaba para suscribir el concierto que se armaba entre hojas, lluvia, viento y jadeo. 

33 años atrás el olor frío y verde de la madrugada revitalizaba con fuerza nunca revisitada las esperanzas puestas en tela de juicio la noche anterior. El viento helado de la sugerencia del día se turnaba con el humo de la aguapanela caliente para invadir los pulmones prestos a conseguir el jornal a punta de granos de café; y daban ganas de rosar el pasto, agachar la rama y ahuyentar sancudos con el humo de un cigarro aunque no se fumara por placer ni un pucho. Justo antes de la hora de almuerzo, y como si fuera la piel del jornalero una alarma programada, la comezón adherida a la piel por el sudor mugriento como la pura tierra no dejaba trabajar más. Un par de horas después de soltarse el tarro de la cintura, la noche empezaba a arropar las montañas. Y era hora de salir al pueblo. 

Esquivando caballos atizados para fanfarronear a todo pique por la avenida principal de Santa Gema, se paseaba Ramiro saludando a todo el mundo: le echaba flores a Doña Gertrudis, le contaba qué tan aliviado lo veía a Don Manuel, le daba un coscorronaso a Tocino porque seguramente por la tarde le había vuelto a quebrar de un balonazo los vidrios a los López que vivían detracito de la cancha. Ya en el billar, pedía que sonara Nano Molina, cogía un taco, y le hacía una seña a alguno de los contertulios de la barra para que le entrara a un chico con nudo cada cinco carambolas libres. A José Laínez hacía ya rato que le había perdido el respeto, pero por alguna razón cuyo descubrimiento lo trasnochaba no podía ganarle. Tal desafío lo conducía noche por noche hasta el billar con la ilusión de carearse con el macancán del negocio. Y para ejemplificación montañera de que “lo que va a florecer florece”, llegó el día en que Vásquez pasó el 18° nudo y le sacó 13 carambolas de ventaja al propio tahúr; que ofuscado por la derrota sacó un cuchillo de una cuarta y lo clavó en el paño, empuñó otro igual, y abrió con dos patadas a la silletería una arena en la cual batirse con el retador. Ramiro no lo dudó dos veces. La profecía del nuevo Putas de Santa Gema estaba puesta: con un solo movimiento arrancó el puñal y se postuló a varón; con 7 puñaladas al lomo del gallo, se hizo a la investidura. 

Muerto el Putas viejo, que pase el nuevo macho: que se le sienten en las piernas las muchachas, que le den melaza a su caballo, que le apunten lo que pida, que le desocupen la mesa de billar, que le presten plata para jugar. Tahúr es tahúr, y así se sostenía, y hasta Pata´e perro que se orinaba en los pantalones por no retirarse del juego, le dejó el jornal de una semana en una mano de condiciones. Al que le dijera tramposo le rayaba la cara con la punta del cuchillo, al que le hiciera trampa le rajaba el vientre y muy amable lo dejaba en la puerta de la casa. 

Mas como a todo marrano le llega su noche buena, sus amores con Susanita lo obligaron a huir al Llano. Mientras doña Gabriela metía a sus nueve nietos a punta de rejo a la iglesia, y el pueblo reunido en sagrada eucaristía respondía al salmo “La misericordia del Señor llena la tierra”, el papá de la muchacha, gamonal de la región, se paró en el púlpito interrumpiendo el rito, y juró en nombre del Señor, para escándalo de los presentes, que Ramiro Vásquez pagaría con su sangre la ofensa que había cometido. Y como si fuera poco inmiscuir en causas terrenas el nombre del Creador, relató sin pelos en la lengua la escena que presenció en su casa al volver de las tomateras. Los pobres amantes, contando con que el padre de la muchacha tardaría como siempre un par de horas en devolverse, se habían dedicado a coreográficos apareamientos que casi infartan al viejo cuando abrió la puerta de la habitación. 

Tubular, quemante al son de la carrilera, el aguardiente era el único paliativo de la ausencia de Susanita. Vásquez había probado mujer llanera, indígena y variada antioqueña, pero esa flaca talladora y querendona, no supo el regazo del pobre Ramiro de otra costilla igual. Ni las bestias ni las hectáreas que con los años acumuló, ni el renombre de su tenacidad que ahora lo convertía en Putas desde Antioquia hasta el Meta, le ayudaba a desenfocar la imagen del sonido del nombre de Susana, en cuyo vientre, sabía él, se había gestado su primogénito. Aunque se mostrara contento y amplio con sus jornaleros, sentándolos en su patio al son de tres merenderos a tomar aguardiente y echar caspa, veían los trabajadores que el hombre se ponía raro, le daba la pataleta y se acostaba a dormir borracho y embejucado. Sus penas todas, hasta las más elevadas, tenían un solo nombre, y el sueño de otro. A Vásquez los años lo llenaron de hijos como de congojas, y ninguna cría pudo quitarle el deseo de conocer a su retoño en Santa Gema, a su hijo con Susanita. 

Así que un buen día un último suspiro lo empujó a cargar la mula de regalos para Don Evelio y su preciosa hija, que ya debía estar fofa y acabada pero a esas alturas qué importaba, y agarró para el pueblo natal. Lo que encontró Ramiro Vásquez a su retorno a Santa Gema no fueron sino ruinas. A beso de pipeta y granada, el corregimiento había sido arrasado por los que se peleaban el control del fisco nacional. Ni un alma. Y con el pequeño vendaval que a las seis de la tarde se soltó, Vásquez empezó a empujar a Antiluviana hacia el sendero de la virgen. Entrado en la trochita que de niño trepara descalzo, se bajó de la mula, se echó a un lado del camino y empezó a ahorcarse con sus propias manos. 

Ya casi acabada la tarea, distinguió al inconfundible que venía por él, y con más güevas de las que los antioqueños suelen presumir, se apretó más fuerte el pescuezo. El Putas, el verdadero, sonrío ante tanta gallardía, que no obstante no le valía el perdón a Ramiro por haber sido un mal cristiano. Luego de orinar encima del desgraciado, el Putas soltó su cigarrillo encima de él, que ignorante de las cuestiones del diablo, se sorprendió al ver como no él, sino el pueblo, ardía en las más resplandecientes llamas. De allí en más, Ramiro Vásquez anduvo sobre Antiluviana entre el fuego, y fue infeliz para siempre.

1 comentarios:

Diego dijo...

parcero este cuento esta muy brutal, felicitaciones.

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