La Caja Borracha de Poesía Abierta

Poesía abierta significa conmoción. Semánticamente, está cerca de alguna definición pretendida de arte, pero no aspira a la vanidad de tal término. Poesía abierta es distracción sublime, es aservo de manifestaciones de insatisfacción, es expresión estética inscrita en linderos amplios del juicio sobre lo bello.
¿Qué se saca de una Caja Borracha de tal cosa? Haga usted la prueba, que lo ácido no va a pelarle la mano, que de pronto sí el ojo, y si nuestros humildes girones llegan a feliz efecto, el espíritu.
Bienvenidos. 713

Retrato hablado

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Bueno, háblenos del sujeto señorita. Le decía el agente a Marlene, mientras se quedaba fijo mirando su brisa juvenil. Y es que Marlene era un encanto de mujer, me lo contaron luego con añoranza dos admiradores suyos que encontre en un antro. cuando la veían fumar por los pasillos se olvidaban de la buena reputacion del colegio, al diablo con eso, soltaba unas bocanadas estremecedoras. Esas piernas causaron sensación en el 11.02 .Todo un descreste de imaginación para los manes que como si de una romería se tratase, declamaban versos eróticos en torno a su figura. El mismo Miller hubiera guardado compostura al escuchar tales sueños húmedos. Marlene, les dibujaba una sonrisa picara cuando pasaba por su sombra. Ya se imaginarán su reacción , benditas cosas esas que causa el encierro.

En todo caso no fue indiferente a la mujer que se acercó a su escritorio. Disperso en sus asuntos, viendo las fotos de los más buscados fijó su mirada en esos tacones rojos que hacían sonar con elegancia el piso de madera, ensangrentado antes por gritos de criminal y gotas de café amargo. Llevaba un channel, porque si que le gustaba vestir bien a la muchacha, collar de perlas, no eran de imitación, eran genuinas señores admiradores del buen gusto; y gafas de sol que le daban una cándida redondez a su pálido rostro. Tomó asiento y ya luego procedió a rendir cuentas con la justicia.
“Vengo a denunciar a un crimen señor” dijo con carnal lentitud. El agente, a quien llamaremos Ramírez, por seguridad de la fuente, se olvidó del código civil y demás procesos que exigían aquellos casos, solo en su mente se dibujaba una tarde soleada en Cartagena y aquella diva fatal recostada en la arena. Pero pudo más el protocolo como llaman, se espabiló y tartamudeando procedió a lo siguiente: -“bien señorita…” - “Marlene, mucho gusto”- dijo ella dándole un apretón de manos con una delicadeza que hizo estremecer más a nuestro agente, pero mirando con sumisión la estatua de la justicia con la balanza y ojos vendados y como si de la virgen se tratase, guardo compostura. –Cómo fue todo– preguntó. A partir de esta pregunta aquel tácito dialogo adquiere un giro dramático.

Marlene enciende un cigarrillo, Ramírez la mira con recelo, -que pena- se disculpó, pero él rendido ante sus encantos permisivamente le dijo -este es un lugar público, pero hoy no hay mucha gente-. Procedió entonces la dama a relatar lo sucedido. Suspiró. Acto seguido la denunciante haría gala de sus dotes de narradora. La máquina de escribir está lista a redactar aquel quejido, sentados Ramírez y el otro agente, identidad protegida a petición de la fuente, se aprestan a redactar el monólogo.
-Mire señor agente han pasado tantas cosas en mi vida, buenas o malas. Usted no conoce lo que es este penar. Que pena con mi fatalismo, pero es que soy una mujer que se conmueve muy fácil. En mi vida he visto tantas cosas, tantos hombres -silencio, suspiro, continúa la indagatoria–. Unos son un dulce recuerdo otros son una lágrima negra. Pero es inevitable la nostalgia. Todas esas flores, esas serenatas y cuanta caja de chocolate que llegaba del mercado negro, terminaban olvidados en una sábana. Se iban y yo ahí, mirando como el sol de la mañana cobijaba mi desnudez. Pero solo una noches se volvería eterna.

Me habían hablado mal de él, pero yo al ver esos ojos grandes, pelo negro ensortijado, barba bien llevada y una voz llena de misterio, no pude ser indiferente. No hice caso a las advertencias de mis pocas amigas -son pocas-; y puedo decir que conmigo fue dulce. – Suspiro, silencio, continua la indagatoria-. Lo conocí en un bar de esos de mala muerte del centro, cerca a las gordas de botero, no vaya a creer señor agente que yo iba allá sortear mi suerte, solo que quería algo sórdido; estaba cansada de tanta sofisticación, del whisky y de las mascaras de cristal. Quería ver como es una sombra roja, y créame que son seductoras como yo, por algo mi caminar causa curiosidad. Lo vi ahí, solo en la barra. Yo estaba en una mesa, fumábamos los dos, en ese momento teníamos algo en común. Me miró, pude ver que era tímido porque luego agachó la cabeza, yo sonriéndome seguí con la mirada fija. Me han dicho que el amor a primera vista no existe y que uno no se puede enamorar de un momento a otro, pero todo proverbio tiene su brazo a torcer, me enamoré de aquel sujeto. -Silencio, suspiro, continua la indagatoria-. Era tan distinto. No fue intencional la forma en que me acerqué, el azar está tocando tu puerta cuando menos te lo esperas. Se acabó mi cigarrillo y mi encendedor me hizo pasar un imprevisto, así que fui a la barra a pedir fuego. Pero antes del llamado, sentí una leve flama en mi maquillado rostro, era él. Gracias, le dije, de nada, me respondió. -¿Qué haces ahí tan sola?- Me pregunto. -Quise andar la noche-, le respondí. –¿Te molestaría si también me uniera a tu caminata?- me preguntó. Para ser honesta en ese momento pensé "que atrevido", pero tenía actitud y eso me parece más cautivante. –Claro- dije sonriendo. Y contrario a lo que se esperaba el no hizo aclamación barata de sus encantos, por el contrario hablamos como dos amigos de toda la vida. Ernesto se llamaba, -Marlene, que bonito nombre- me dijo. Y así nuestra conversación duró toda la noche, salimos y siguiendo aquellos impulsos de media noche a su casa fuimos a dar. Sencilla la morada pero con él bastaba, ¿Qué si hicimos el amor? Solo me limito a decir que fue reconfortante ver su moreno cuerpo y como suspirábamos los dos en la oscuridad.

Siguieron nuestras vidas, andando juntos la noche, en el día acariciábamos nuestras sombras. Solo que también hay que poner la razón en estos casos y más cuando la inevitable curiosidad me sedujo a esculcar su mesa de noche. No sabía que fuese de tantas nacionalidades, que tuviese tantos nombres, que unos días era calvo, risado, que se pusiera gomina, o que tuviera un abundante bigote, que vistiera de traje inglés, o llevara un modesto saco o chaqueta de cuero. Vaya que era de múltiple personalidad, no piense que soy una pobre inocente, no. Sabía que tales documentos eran falsos, pero para mí se llamaba Ernesto, el mismo que me hacía estremecer en las noches. ¿Qué que hacía realmente? Bueno descartemos de una vez que era mafioso, bien me decía mama que no le recibiera dulces a extraños. Yo muchas veces lo vi hablando de política, de lo malo que era este gobierno, aunque admítanlo, es verdad, de la tierra mal repartida, de los trabajadores y campesinos que luchaban por un mundo más justo. Yo lo dejaba hablar, no era muy conocedora del asunto aunque otras injusticias se cruzaron por mi camino. Cuando lo llamaba algún amigo hablaban en clave. No los conocí muy bien pero ellos cantaban un himno, y vaya que se lo sabían de memoria. De un momento a otro las ausencias no se hicieron esperar. Yo inquieta y con lágrimas en mi cara le tuve que pedir que me explicara, me dijo toda la verdad. Yo asustada, pero sin ánimo de que se fuese como muchos tuve que aceptar su exilio en la montaña. Bajaba a esta otra selva, nos encontrábamos, nos besábamos fuertemente, no salíamos de nuestros cuerpos. Amaba a ese hombre, amaba su locura.

Aquel día, lo recuerdo como el último, porque en realidad lo fue. Estaba algo tenso, tenía miedo de salir, me sorprendió mucho, porque hasta entonces no había sentido el miedo besándole los labios. Salimos porque yo le insistí, tonta que fui. Eran las ocho de la noche, caminamos más abajo de Aranjuez, por donde vivía el. Me llevaba de la mano. La noche estaba más sola que de costumbre. Había llovido. Llegamos a una esquina y alguien lo saludó como si fuese su gran amigo, él asustado me corrió hacia atrás, a lo mejor irían a hablar de viejos tiempos pensé, pero estaba muy tenso. Luego aquel hombre sin vacilar saca de su gabán negro una pistola, mi estridente grito no sirvió de nada para acallar aquel disparo. Ernesto cayó ensangrentado al andén. Llego a darle un inoportuno abrazo. Nadie salía. Solos en esa noche estábamos como la primera, esta vez  él guardaba un silencio sepulcral anunciándome su partida. Silencio, suspiro, termina la indagatoria.

El agente Ramírez en silencio procedió a preguntar:-bueno señorita, ¿puede darme un retrato hablado del sujeto?-. Marlene, quien tenía la cabeza agachada, lentamente empezó a fijar su mirada rabiosa hacia Ramírez, -SI- dijo ella. -Bueno señorita, procedamos como debe ser y deme una descripción del sujeto por favor- dijo. Marlene se ahorró los detalles y fue al grano.-Era gordo, de piel blanca, calvo, ojos cafés, cejas abundantes, bigote, también llevaba un reloj rolex, imitación china por supuesto, como el que lleva usted en su mano agente Ramírez- dicho esto se queda sin aliento, el sudor, abundante en él a esa edad, se hace notar, el pulso de las manos es como si se estuviese acariciando a una granada. – ES MENTIRA- grita el agente -eso es una puta mentira señorita, si sigue con eso la voy acusar de calumnia ¡oficial! llévese a esta mujer-. Ya cuando se venía el verdugo, Marlene con esa elegancia de aquellos días se para, mira la escena, una estación de policía sencilla, con paredes llenas de humedad , las fotos de la ilustre línea de mando, mira fijamente al agente y apuntando con sus labios rojos lo invita al baile fúnebre –¿pensaste que me había olvidado de ti? Soy silenciosa y puedo pasar por indiferente, pero de mis hijos me acuerdo siempre y cuando vengo por ellos no pueden evadir mi queja. Acordamos que no te ibas esa vez, pero yo no olvido la cuenta regresiva, ayer le tocó a Ernesto, me lo pediste, hoy hijo quiero que retornes conmigo a la balsa de cenizas.- Silencio. Marlene besa a Ramírez, cae inmóvil al suelo, la dama sale del recinto y se pierde en el humo del bus viejo y oxidado de castilla. Silencio. Pánico entre los presentes. Termina la audiencia.

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