La Caja Borracha de Poesía Abierta

Poesía abierta significa conmoción. Semánticamente, está cerca de alguna definición pretendida de arte, pero no aspira a la vanidad de tal término. Poesía abierta es distracción sublime, es aservo de manifestaciones de insatisfacción, es expresión estética inscrita en linderos amplios del juicio sobre lo bello.
¿Qué se saca de una Caja Borracha de tal cosa? Haga usted la prueba, que lo ácido no va a pelarle la mano, que de pronto sí el ojo, y si nuestros humildes girones llegan a feliz efecto, el espíritu.
Bienvenidos. 713

Fumando Espero

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Autor: Pipe Zappa
Titulo: Marlene Dietrich
Tecnica: Dibujo hecho en Paint
Fecha: 2008

Se ha hablado mucho de nosotros los fumadores. Se nos ha glorificado, gracias al arte, la literatura, la música y el cine. Se nos ha satanizado, gracias a cuanto alarido moralista pregonan los cuerpos perfectos. Pero a ver señores ¿se han puesto a pensar, dejando a un lado los prejuicios, la magia que tiene el arte de fumar? Parece trivial el hacer un tratado sobre dicho tema, tan trivial como hacer una guía para ir vestido a una fiesta de intelectuales. Pero aprovechándome de las bondades de la palabra que es la cómplice de mis delirios, bendita sea, voy a contarles en primera fuente como es el oficio de fumar.

A los trece años yo era toda una promesa. Iba a ser el futuro médico de la casa, cuando antes había desistido de ser cura. Mi madre tuvo que resignarse a la idea de no ver a su primogénito lucir los lustrosos trajes del clero. “tan sano ese muchacho, él ni sale de la casa” decían mis tías reunidas una tarde de domingo. Lo que no sabían es que yo bajo la excusa de irme a hacer “tareas y demás deberes” me reía del mundo y de mis compañeros que no eran tan grandes como ellos lo hacían ver cuando yo era objeto de sus burlas, al fin y al cabo, el héroe también tiene sus flaquezas. Después me las arreglaba con los teoremas de Pitágoras y el lazarillo de Tormes y para colmo de males inventaba detalles secretos de la vida de algún prócer. Fruto de la curiosidad adolescente de aquellos días Carlos, con quien aquel entonces sostenía una gran amistad, muy sigilosamente y con cierto miedo de que lo estuvieran observando las fotos familiares colgadas en la pared blanca y roída de su casa, sacó de su bolsillo dos cigarrillos start light, algo barato y corriente pero no estaba nada mal para un novato. Dejé de escribir sobre Jorge Eliecer Gaitán y aceptando su oferta me lleve ese fino dedo blanco y humeante a mi boca. Tosí, como era de esperarse. Una tos seca y un dolor en mi garganta casi me aíslan de su presencia, pero pudo más el deseo y termine anclado a su enigma. Seguimos fumando aquella tarde y riéndonos con palabras humeantes. Afuera el día era lluvioso, adentro era una conversación trivial acompañada de ese delirio hecho cenizas.

Y así empezó mi caminar acompañado por el cigarrillo. Creerán algunos que solo fue una rebeldía de esas que se le pasan a uno por la cabeza cuando tus hombros se ensanchan y tu voz se hace más gruesa, pero no fue así. Vi en el cigarrillo un confidente incondicional. Así pasaron mis días como nuevo fumador. Ya en mi bolso a parte de los lápices y los problemas de matemáticas que no resolvía, llevaba mi paquete de cigarrillos y un encendedor. Cuando salía de clases era todo un placer subir por las empinadas calles de Castila a las siete de la noche con un cigarrillo consumiéndose al ritmo de mi camino. Fumaba a escondidas de mis familiares, que ilusos en mi prodigio me veían como el “doctor” aunque tanto elogio se acabaría cuando en un momento de lucidez, les dije que ya mi destino como artista era irremediable.
Ese fue mi acercamiento a ese ser misterioso que llega a tu boca para que guardes silencio y te dejes llevar por su elocuencia.

Comprenderán ustedes que cuando uno enciende un cigarrillo lo invade un placer y expectativa, como cuando estás a punto de besar a un amante secreto. El fuego del fósforo, para los más nostálgicos, o del encendedor para los más sofisticados es el prólogo a ese libro de letras secretas que estás a punto de escribir. Cuando el blanco del papel se torna gris y las primeras cenizas salen a dejar su estela de misterio, siento en mi cuerpo una sensación indescriptible. Tal emoción se aumenta cuando veo las bocanadas perderse con los rayos del sol matutino. Continúa mi monólogo silencioso. Veo cómo se consume y atento leo esa novela inédita. Cada bocanada es un nuevo apunte para esa bitácora de viaje. Y sin embargo la alegría es tan fugaz que aquel compañero de andanzas fantasmagóricas se despide de mí derramando las últimas cenizas sobre la mesa, y como si de una historia pasada que no quisiera volver a hablar se tratase, aprisiono su consumido cuerpo en el cenicero finalizando así nuestro beso, pero con el irremediable compromiso de volvernos a ver. Así son los amantes cuando terminan de darse su lujurioso abrazo quieren volver a dibujar en sus labios el nombre del otro.

Para fumar no se necita tener grandes títulos, todos bajo el abrigo del humo somos iguales, como en el carnaval de Barranquilla, somos el mismo penar bajo una máscara fastuosa. Solo hay que ausentarte por un momento del eterno bullicio y aventarle al viento tu largo transitar. Se puede fumar en todas las posiciones. Caminando es como observar un cuadro naturalista. Cuando voy por la ciudad fumando, veo con más detalle lo grande y pequeña que es a la vez Medellín. Sin el humo saliendo de mis labios no sonaría a ese tango aguardentoso con el que me ha seducido. Recostado en algún pasillo de mi casa es digno de cualquier canción de radiohead, el tiempo y el espacio es solo una teoría, en ese momento estoy a solas con mi confesor humeante. Fumar después de bailar es toda una proeza, cuando fumas mientras miras a alguien que te estremece es fina coquetería, cuando le sigues la mirada extasiado por su belleza, es erotismo en su esplendor. Así que damas y caballeros a punto de iniciarse en el acto de fumar, no es tan difícil. Ahora, si les damos la justificación a los médicos, a mi familia, y si a eso le agregamos el escarnio público y cuanta restricción se nos viene encima, no son muchas las bondades que tendremos al fumar. Dicen unos que la piel se nos torna amarilla o pálida, de los diente ni se diga, que la ansiedad hará estragos con nuestra conducta, que el olor que emanamos es insoportable, que nuestro cuerpo se agita más, etcétera, etcétera. Con todo eso me hacen acordar por un momento de algunos profetas radicales, quienes golpeando con insistencia la puerta de mi casa, esperan verme sofocar en las llamas del juicio final, ¿eso es religión señores? Se nos dice encima de todo que no respetamos al otro porque “tiene que soportarse el humo” y también como si fuésemos la cuota de responsabilidad se nos acusa de "emitir con el cigarrillo cantidades considerables de dióxido de carbono, o Co2" al aire. Listo. Yo atento sigo escuchando nuestro largo prontuario, pero por un momento se han puesto a pensar que también es intolerante e irrespetuoso el que con tono recalcitrante te pone en vergüenza por fumar, y que detrás de nosotros hay un montón de chimeneas de barro y concreto y carros escupiéndole grandes eructos grises al manto azul celeste. Dirán ustedes que trato de justificar mi afición a la nicotina, puede que sí, pero tampoco somos los fumadores de ese ser con cachos y cola como nos quieren representar.

Por un momento me he tentado a dejar mi compañero de largos viajes y estremecedora melancolía, pero cuando en mi cabeza o en algún bar me anuncian el volver de Carlitos Gardel o cuando Leo Marini con su puñado de oro me invita a corear su canto, pienso que será de aquellas noches sin dibujar en el viento mi placer desvanecido. El cigarrillo, es ese breve momento de escape a esta asfixiante monotonita. No hay nada como fumar después de un gustoso almuerzo, o después de hacer el amor, o mejor cuando terminas de leer a Borges mientras Charlie Parker afina las notas de su saxofón. El fumar es un placer solitario que también puede acompañar una amena conversación, aunque a solas tiene esa magia inconfundible. Es también ausencia y presencia, grandes líneas se han dejado llevar por su juego de seducción, grandes obras de arte se han hecho gracias a su trance, reconfortantes tertulias han sido amenizadas por su fluir. Los fumadores somos seres solitarios que ven el mundo disolverse en su rapsodia. Con esa sombra humeante seduje a una sombra, quien recostada en la plazuela de Bombona, me compuso versos. Con ese mismo humo he bailado bajo las luces del inframundo y he terminado de componer una sinfonía silenciosa. Fumando espero a que el sol caiga sobre Medellín y en mi cuerpo dibuje esa bocanada dionisiaca.

4 comentarios:

713 dijo...

Anotemos para el sumario que el fumador, con el encanto que perseguimos, no es precisamente el que estiliza su fumar sin sublimar la magia del humo y la infinitecimal aproximación a la muerte. Le tocó aplaudir al anfitrión ya que los lectores no aplauden - o no tenemos lectores, hilaria situación -. Bravo señor Zappa!!!!!!!

Anónimo dijo...

yo fumador, me pierdo en el humo trizte de mis penas, me pierdo en el humo de mis desamores.... solo voy al sitio de mi perdicion, pero que tambien es el antro de mi devocion. yo fumador probè por primera vez los labios de la hermosa mujer alli.
se me fueron, se me fueron... pero aun los tengo en mi, tan amargos como siempre, tan adictivos como siempre... no en ella, no en otra... en mi amigo, mi fiel amigo.... yo fumador.
-Gothic Love-

Dahiel Corve dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Dahiel Corve dijo...

Y yo me cuestiono: ¿Pa' qué Hijueputas fumar en la ciudad, si se sobreentiende que desde la cuna respiramos "Monoxido de Carbono puro" de cuanto mofle oxidado (o lustroso) purula por las calles?

A no ser de que uno mismo siembre, cultive, coseche, fermente, procese y enrolle los "Tubitos de cancer" NO LE VEO GRACIA AL ARTE DE FUMAR.

FUMA no suma FAMA.

¡Fruto frívolo, tu blog de literatura incongruente, anodina y absurda; o tal vez menos!

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